Época: Aragón Baja Edad Media
Inicio: Año 1276
Fin: Año 1327

Antecedente:
La plenitud política

(C) Josep M. Salrach



Comentario

Muerto Pedro el Grande (1285), sus reinos patrimoniales (Aragón, Cataluña, Valencia y Mallorca -entonces en proceso de anexión-) pasaron al primogénito Alfonso el Liberal, mientras que su segundogénito, Jaime, heredaba Sicilia. Esta división, que pretendía apartar de la Corona la presión internacional y dar cierta satisfacción al Papa, enemigo de un poder fuerte en Sicilia, no resolvió el conflicto. Los reyes hermanos firmaron un pacto de ayuda mutua y, mientras Jaime defendía su corona con las armas, Alfonso se servía de la guerra y la diplomacia para afianzar la posición de su linaje. Artífice de la anexión de Mallorca, Alfonso se lanzó después sobre Menorca, la última de las Baleares que seguía en manos musulmanas, y la ocupó (1287). Acto seguido empezó una fase (1289-1291) de hostilidades fronterizas con Castilla (por tierras de Soria y Cuenca), en parte porque Sancho IV, lejos de apoyarle, se inclinaba hacia Francia, y en parte porque se sentía tentado de aupar a los infantes de la Cerda hacia el trono castellano a cambio de obtener el reino de Murcia (1289), que años antes había sido pacificado por Jaime I.
La diplomacia y la fuerza también daban resultados en el Norte de Africa donde el sultán de Tremecén se convertía más que nunca en tributario del rey de Aragón (1286) y el sultán de Túnez, que había pasado a ser tributario de Jaime de Sicilia, aceptaba también exigencias políticas y económicas de la Corona.

La combinación de la diplomacia y la guerra se ensayó asimismo para resolver el conflicto por Sicilia. La flota de los reyes de la Casa de Aragón hizo incursiones por aguas de Provenza y Languedoc y del golfo de Nápoles, pero también tropas francesas y de Jaime de Mallorca hicieron incursiones por Cataluña. Con el tiempo se hizo evidente que la Corona, aunque tenía un rehén precioso en la persona de Carlos II de Nápoles, no podría resistir largo tiempo una guerra de desgaste como aquella. Así ganó protagonismo la diplomacia. El rey Eduardo I de Inglaterra, señor de Aquitania, que había prometido a su hija en matrimonio con Alfonso el Liberal, jugó un papel mediador en sendas entrevistas con representantes de las partes en conflicto en Huesca (1286), Burdeos (1287), Olorón (1287) y Jaca-Canfranc (1288), donde se acordó la puesta en libertad de Carlos II de Nápoles, a cambio de la entrega de otros rehenes y la promesa de trabajar por la paz. Las hostilidades se recrudecieron todavía en todos los frentes (Castilla, Nápoles, Cataluña), en 1289-90, pero, agotados los contendientes, se alcanzó un principio de acuerdo en Brignoles o Tarascón (1291) sobre la base de levantar las sanciones pontificias sobre el rey de Aragón y sus reinos a cambio de que éste prometiera inducir a su hermano a renunciar a Sicilia. El escollo, de momento insuperable, era la isla de Mallorca, que Alfonso se negaba a devolver. Y esta era la situación cuando la prematura muerte de Alfonso el Liberal desbarató lo acordado.

Jaime de Sicilia, que sucedió a su hermano como Jaime II de Aragón, no quiso renunciar a Sicilia (donde dejó a su hermano Federico como lugarteniente), y se aproximó a Sancho IV de Castilla (Monteagudo, 1291) con la esperanza de que éste le secundara en las negociaciones con sus enemigos. A cambio, le ayudó con fuerzas navales en la lucha contra los benimerines. Pero Sancho, que no quería enemistarse con el rey de Francia y con el Papa, adoptó los razonamientos de éstos y, en unos encuentros en Guadalajara y Logroño (1293) quiso persuadir a Jaime II de que renunciara a Sicilia. La falta de acuerdo distanció de nuevo a Castilla y la Corona de Aragón, preludio de nuevas hostilidades, y empujó a Jaime a buscar negociaciones directas con Carlos II de Nápoles (La Junquera, 1293). Los contactos fueron fructíferos y allanaron el camino para la definitiva solución del conflicto (tratado de Anagni, 1295) sobre la base del matrimonio de Jaime II con Blanca de Anjou (hija de Carlos II de Nápoles); la paz entre Francia y la Corona de Aragón; la donación de Sicilia al Papa; el levantamiento de las condenas papales a la Casa de Aragón; la restitución de Mallorca con la condición de que Jaime de Mallorca se hiciera vasallo de Jaime de Aragón; y quizá el acuerdo secreto de compensar la renuncia de Sicilia con la aceptación de una eventual conquista catalanoaragonesa de Cerdeña.

Anagni liberó a la Corona del lastre que entonces representaba Sicilia, porque, aunque los sicilianos no aceptaron el acuerdo y coronaron rey de la isla al lugarteniente Federico de Aragón (1296), Jaime II quedó libre de la presión internacional, aunque obligado a actuar con las armas contra su hermano para forzarlo a entregar Sicilia. La flota del rey de Aragón, unida a la angevina, luchó entonces contra los sicilianos (1298-1300) sin conseguir reducirlos (quizá tampoco lo pretendía), después de lo cual Jaime II pudo retirarse de la contienda pretextando haber cumplido sobradamente sus compromisos. Los angevinos, reducidos entonces a sus propias fuerzas (la monarquía francesa y el pontificado habían entrado en conflicto), tuvieron que pactar la paz por separado con los sicilianos (Caltabellotta, 1302). Se consolidó así en Sicilia una rama de la Casa de Aragón que gobernó hasta 1409, cuando murió Martín el Joven, primogénito del rey de Aragón y viudo de la reina María de Sicilia, y la isla volvió a la Corona de Aragón.

Los años 1291-1295, cuando el conflicto por Sicilia todavía no había encontrado solución, Jaime II participó de algún modo en la lucha por el control del estrecho de Gibraltar y acentuó las presiones sobre los sultanatos del Magreb. Por el pacto de Monteagudo (1291), los reyes de Aragón y de Castilla se repartieron el Norte de Africa en zonas de influencia: Marruecos, considerada una prolongación de Andalucía, se reservaba a Castilla, mientras que la zona al este de la desembocadura del río Muluya correspondería a la expansión catalanoaragonesa. En cumplimiento del acuerdo, una escuadra de Jaime II colaboró con los castellanos en el asedio de Tarifa (1292) y en la vigilancia del Estrecho (1293-94). Desaparecida la amenaza de los benimerines en la Península, el rey de Aragón, que no estaba dispuesto a facilitar la conquista castellana del reino de Granada, sino a fomentar los intereses mercantiles de sus súbditos en la zona, adoptó un papel conciliador (1294). La posterior muerte de Sancho IV y la minoridad de Fernando IV, con la consiguiente interrupción de la política expansiva castellana, le facilitó las cosas. Entre tanto, en el Magreb central (sultanato abdaluida de Tremecén) y oriental (sultanato hafsida de Túnez y emirato de Bugía) Jaime II conjugó la diplomacia y la presión militar y avivó las rencillas entre los cabecillas de la zona y los conspiradores para ampliar las ventajas comerciales y la dependencia tributaria, lo que, hipotecado por el conflicto siciliano consiguió a duras penas. Pero el tratado de Anagni (1295), al desviarlo y liberarlo de la presión internacional, le permitió concentrar fuerzas en otros ámbitos.